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calor).
Conseguí convencer a Perpetua de que me deje quedar en casa para trabajar. Seguro que sólo
aceptó porque también ella quiere tomar el sol. Mmmm.
Tengo un folleto de minivacaciones genial: «Orgullo de Gran Bretaña: los Hoteles Señoriales
más importantes de las Islas Británicas». Maravilloso. Me estoy mirando las páginas una por
una, imaginándome a mí con Daniel alternando sexo y romanticismo en todos los dormitorios
y en todos los comedores.
11 a.m. Vale: ahora voy a concentrarme.
11.25 a.m. Hmmm, tengo una uña un poco rota.
11.35 a.m. Dios mío. Acabo de sufrir, sin razón alguna, una fantasía paranoica: que Daniel
tiene un lío con otra, y he empezado a buscar comentarios dignos pero hirientes para que se
arrepienta. Pero ¿por qué me ha pasado esto? ¿Me ha advertido mi intuición femenina que él
tiene otra aventura?
El problema de intentar salir con gente cuando te haces un poco mayor es que todo soporta un
peso excesivo. Cuando no tienes pareja y pasas de la treintena, el leve inconveniente de no
tener una relación sentimental -nada de sexo, nadie con quien salir los domingos, volver a
casa siempre sola después de una fiesta- queda imbuido por la noción paranoica de que la
razón por la que no tienes una relación es tu edad, que ya has disfrutado tu última relación
sentimental y la última experiencia sexual del resto de tu vida, y que todo es culpa tuya por
ser demasiado arisca o testaruda, y por no haber sentado la cabeza en la flor de la vida.
Olvidas por completo el hecho de que cuando tenías veintidós y no tenías novio, ni conocías a
nadie que te gustase, durante veintitrés meses, pensabas simplemente que era una lata.
Pasados los treinta, la cuestión crece de forma desproporcionada, de manera que encontrar
una relación parece un objetivo deslumbrante, casi insuperable, y, cuando empiezas a salir
con alguien, es imposible que se cumplan tus expectativas.
¿Es eso? ¿O es que algo no funciona en mi relación con Daniel? ¿Está Daniel teniendo una
aventura?
11.50 a.m. Hmmm. La uña está realmente rota. De hecho, si no hago algo, empezaré a
mordisquearla y me quedaré sin uña. Vale, será mejor que busque una lima. Ahora que lo
pienso, el esmalte de mis uñas tiene un aspecto horrible. Mejor será quitarlo todo y empezar
de nuevo. Y mejor que lo haga ahora que pienso en ello.
Mediodía. Es tan jodidamente frustrante que haga tanto calor y el soidisant novio de una no
quiera ir a ningún sitio bonito contigo... Tengo la sensación de que él cree que quiero
atraparle en una escapadita; como si no se tratase de una escapadita, sino del matrimonio, tres
niños y limpiar el lavabo en una casa de madera de pino en Stoke Newington. Creo que esto
se está convirtiendo en una crisis psicológica. Voy a llamar a Tom (siempre podré hacer lo del
catálogo para Perpetua esta noche).
12.30 p.m. Hmmm. Tom dice que si haces una escapadita con alguien con quien estás
teniendo una relación, te pasas todo el tiempo preocupándote de cómo está yendo la relación,
así que es mejor ir con un amigo.
Salvo la cuestión del sexo, le he dicho. Salvo la cuestión del sexo, ha ratificado él. Me voy a
encontrar con Tom esta noche y llevaré los folletos para planear escapaditas de ensueño, o de
pesadilla. O sea que esta tarde tendré que pensar mucho.
12.40 p.m. Estos shorts y esta camiseta son demasiado incómodos con este calor. Voy a
cambiarme y a ponerme un vestido largo y vaporoso.
Dios mío, ahora se me transparentan las bragas. Será mejor que me ponga unas color carne,
por si viene alguien. Mis Gossard Glossies serían perfectas. Me pregunto dónde estarán.
12.45 p.m. Creo que me pondré el sujetador Glossies a juego, si lo encuentro.
12.55 p.m. Así está mejor.
1 p.m. ¡Hora de comer! Al fin un poco de reposo.
2 p.m. Vale. Esta tarde voy a trabajar de verdad y a tenerlo todo acabado antes de la noche,
para poder salir. Sin embargo, tengo mucho sueño. Hace tanto calor... Quizá cierre los ojos
sólo cinco minutos. Dicen que una siestecita es la manera perfecta de revitalizarse. Margaret
Thatcher y Winston Churchill obtuvieron efectos excelentes. Buena idea.
Quizá me tumbe en la cama.
7.30 p.m. Oh, maldita sea.
viernes 9 de junio
58,01} kg, 7 copas, 22 cigarrillos, 2.145 calorías, 230 minutos inspeccionándome el rostro en
busca de arrugas.
9 a.m. ¡Hurra! Esta noche salgo con las chicas.
7 p.m. Oh, no. Resulta que viene Rebecca. Una noche con Rebecca es como nadar en el mar
rodeada de medusas: todo va perfecto hasta que, de repente, recibes unos latigazos dolorosos,
que acaban con tu confianza de nadadora. El problema es que los aguijones de Rebecca
apuntan con tanta sutileza a tu talón de Aquiles, como los misiles de la guerra del Golfo, que
hacían «fzzzzzz whoossssh» por los pasillos de los hoteles de Bagdad y nunca se detectaban.
Sharon dice que ya no tengo veinticuatro años y que debería ser lo bastante madura como para
tratar con Rebecca. Tiene razón.
Medianoche. Es horrible. Estoy caduuuca. Al borde del colapso.
sábado 10 de junio
Ugh. Esta mañana me he levantado contenta (todavía borracha de anoche), hasta que, de
pronto, he recordado el horror en que acabó la noche de ayer con las chicas. Después de la
primera botella de Chardonnay, estaba a punto de sacar el tema de mi constante frustración
por las escapaditas cuando Rebecca dijo de repente:
-¿Cómo está Magda?
-Bien -contesté.
-Es muy atractiva, ¿verdad?
-Mmm.
-Y parece tan joven... Quiero decir, que podría pasar perfectamente por una chica de
veinticuatro o veinticinco. Ibais juntas al colegio, ¿verdad, Bridget? ¿Estaba tres o cuatro
cursos por debajo del tuyo?
-Tiene seis meses más que yo -dije, sintiendo las primeras punzadas de terror.
-¿De verdad? -dijo Rebecca y, tras una pausa larga y embarazosa-: Magda es afortunada.
Tiene una piel preciosa.
Sentí que dejaba de llegarme sangre al cerebro cuando la terrible verdad de lo que acababa de
decir Rebecca me sobresaltó.
-Quiero decir que ella no ríe tanto como tú. Ésa es la probable razón de que ella no tenga
tantas arrugas como tú.
Me agarré a la mesa para sostenerme, mientras intentaba recobrar el aliento. Estoy
envejeciendo prematuramente, entendí. Como si se tratase de una de aquellas filmaciones a
cámara rápida en las cuales una ciruela se convierte rápidamente en una pasa.
-¿Qué tal tu régimen, Rebecca? -dijo Shazzer.
Aargh. En lugar de negarlo, Jude y Shazzer, al intentar cambiar de tema para no herir mis
sentimientos, estaban aceptando mi vejez prematura.
Me sentí, en una espiral de terror, agarrándome con las manos la cara desencajada.
-Voy al lavabo -dije entre dientes como un ventrílocuo, con el rostro tenso para reducir al
máximo la aparición de arrugas.
-¿Estás bien, Bridge? -dijo Jude.
-Bien -contesté con frialdad.
Una vez frente al espejo, me tambaleé porque la cruel luz que estaba encima de éste reveló mi
piel áspera, curtida por la edad, hundida. Me imaginé a las otras en la mesa, reprendiendo a
Rebecca por alertarme sobre algo que la gente decía sobre mí desde hacía tiempo, pero que yo
no hubiera debido saber nunca.
De repente me abrumó la necesidad de salir corriendo y preguntar a todas las personas que
estaban cenando en el restaurante cuántos años creían que tenía yo: como una vez en el
colegio, cuando estaba convencida de que yo era mentalmente subnormal, y fui de un lado al
otro del patio preguntándoles a todos: «¿Soy subnormal?», y veintiocho de ellos dijeron: «Sí».
Una vez empiezas a pensar que estás envejeciendo, ya no hay marcha atrás. De repente ves la
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